De
acá puedo ver la calle de la ventana, y saludar compadres
con
los que no hablo hace mil años.
Todavía
oigo las bocinas que en Montevideo parecen todas iguales.
Seguimos
evocando secretos, y la vergüenza de arrimarse;
Seguimos
con ese aburrimiento hecho de plomo y de pasmo.
Es
insoportable y casi previsible ese domingo inhabitado, y a
veces
quería pensar en vos, pero ya no me dan los huevos.
Todavía
no hemos gastado todo el egoísmo, ni la ironía colectiva que nos persigue, y el
desprecio es un cuchillo sin filo que no corta pero atraviesa.
Igual
me siento bien en Montevideo, con ese mar de aburrimiento, con esos días enojados,
me cuesta dejar de amarte, porque venero tus nostalgias, tus tardes, tus lloviznas,
tus boliches de trago y de sueños, y tu cívico desgaste.