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viernes, 15 de febrero de 2013

Montevideo.


De acá puedo ver la calle de la ventana, y saludar compadres
con los que no hablo hace mil años.
Todavía oigo las bocinas que en Montevideo parecen todas iguales.
Seguimos evocando secretos, y la vergüenza de arrimarse;
Seguimos con ese aburrimiento hecho de plomo y de pasmo.
Es insoportable y casi previsible ese domingo inhabitado, y a 
veces quería pensar en vos, pero ya no me dan los huevos.
Todavía no hemos gastado todo el egoísmo, ni la ironía colectiva que nos persigue, y el desprecio es un cuchillo sin filo que no corta pero atraviesa.
Igual me siento bien en Montevideo, con ese mar de aburrimiento, con esos días enojados, me cuesta dejar de amarte, porque venero tus nostalgias, tus tardes, tus lloviznas, tus boliches de trago y de sueños, y tu cívico desgaste.


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